domingo, 9 de septiembre de 2007

Ausiàs March: del Amor i la Mort

Ausiàs March (1397-1459) nunca quiso ser identificado con el modo de hacer de la poesía trovadoresca; no estaba interesado en esa forma de rica tradición poética. Aunque el poeta valenciano nos diera a conocer la voz de Petrarca antes de que autores en lengua castellana pudieran pensar en intuirla, nunca pudo sustraerse a muchos de los temas recurrentes abordados por el estilo de los trovadores, entre otras razones porque se trata de temas inevitables y porque el manejo de la antítesis y la paradoja es casi consustancial al oficio de poeta.
Pero Ausiàs quiere ir más allá de lo que sus predecesores hicieron, y lo hace, y efectivamente vá más lejos. Aspira a más. Quiere mostrarse tal cual es, con su dureza, con su angustia ante la vejez y la muerte, la perplejidad que le produce la idea de Dios, la presencia de la mujer, el deseo carnal, la imposibilidad de satisfacerlo. Estos datos están en la base de su hermetismo, su clara oscuridad, su tenebrismo luminoso, su conceptismo, su forma de disfrazar los niveles de expresión hasta el punto de que a veces nos resulte enigmática. Todo le resulta preferible antes de mostrar lo que le acucia y quiere que quede desvelado: que la vecindad de la carne es la vecindad del pecado.
En éste, y otros aspectos, Ausiàs es precursor de estilos, Ausiàs es un avanzado a su tiempo. Tanto que años más tarde su modo de hacer es marca visible de la poesía más destacada del Siglo de Oro Valenciano (de esto se ha hablado mucho) y en la de Edmund Spenser y hasta en la producción poética de Shakespeare, aspecto éste mucho menos estudiado pero manifiestamente evidente incluso desde la lectura superficial de sus Sonnets, e incluso de mucha de su escritura dramática.
El contagio petrarquista y ausiasmarchiano no se limita a los poetas del siglo XV castellanos (Juan de la Encina, Boscán, Garcilaso) sino que -como pasión instalada en la lírica universal- da sus frutos algo más tarde y se hace presente en el magisterio de Lope de Vega y en la genialidad de W. Shakespeare, quien hace del tema de la distancia femenina, la devoción del amante por la dama y su decadencia física, un tema recurrente y de singularidad propia que se extiende a lo largo y a lo ancho de toda su producción (Eros Adolescente, Península, 1982).
La mujer -Venus- es deificada en Shakespeare, como ocurre en A. March, y la dama de su inspiración queda encumbrada. Y el poeta se humilla, y se refiere a ella en un tono que más corresponde al trato de midons (que en realidad significa "mi señor" y no "mi dama") que al de la mujer deseada. Apasionado como resulta en su escritura, conserva en esa forma de trato, la fórmula de los poetas anteriores a los que quiso evitar y superar... La mujer, pues, queda alejada y es objeto de adoración; una adoración que en ocasiones tiene toda la apariencia de ser real, y en otras, da la impresión de ser un recurso retórico de una generación de poetas determinada. Esa doble perspectiva, mujer de carne y mujer distanciada, pugnan en su obra, sin que de manera clara el amor carnal supere en fuerza al intelectual o contemplativo. Recordemos que usa señales de extraña originalidad para nombrar a la dama objeto de su pasión: Plena de seny / Lliri entre cards / Amor, amor / Mon darrer bé y Oh foll'amor... como dirigiéndose a lo innombrable.
Pero Ausiàs March -hemos de insistir- supera decididamente el estilo trovador y quiere gritar lo que le ocurre, y lo hace en ocasiones con desgarro, aunque siempre usando los disfraces morales que la palabra le proporciona, doseles que oculten la pasión en sus ojos, tapices tras los que se oculta y disimula su culpable fervor carnal. Brillante en el tono -muy a pesar suyo, pues manifiesta escribir "sin ningún arte"-, con verso digno de ser musicado -ése era el caso, a pesar de la dureza de sus modos- se obstina en oscurecer y, a veces aclarar (el calro/oscuro, que en él se anticipa) lo más íntimo de su ser artístico y personal, practicando como norma una especie de valiente (poder valiente) aunque hermético, como si la notoriedad que pudiera surgir de su arte fuera a producir en él una vergüenza convertida en recato moraly poético, no exente de temor concluyente. De ahí, su estilo enescrutable, arcano, que le convierte en desconocido para muchos no sólo por el caracter minoritario de la lengua en la que se expresa, sino por la naturaleza incomprensible, a veces, de sus versos que, sin embargo, le condujeron muy lejos en sus logros.
Ciento veintiocho poemas, ciento veintiseis desgarrosdonde la oscuridad queda instalada, y sólo en dos de ellos conseguimos -con mucha dificultad- atrapar el más recóndito de sus deseos (nos referimos al LXXXIX y al CXXII). En el primero ("O foll'amor") ha querido ver Pere Gimferrer una alabanza, desde senectute (a la belleza del hombre), y en el segundo, nos atrevemos nosotros a aventurar la añoranza del adolescente (el halcón) desde su propia decrepitud: per què us suplic, mon car e bon senyor,/ que del falcó me siau donador / un pelegrí lo qual té nom Suar.
Los dos poemas asumen -suponemos- un error de cálculo en el lugar donde las flechas del amor hacen diana, y airean un sentimiento de melancolía (de senectute) que pertenecen a la tradición poética, y que no pueden ni deben verse a la luz de supuestos psicológicos vergonzantes en una tradición lírica donde la añoranza adolescente es pura recurrencia poética. Ecos nos sobran, años mas tarde, en el escultor Miguel Ángel Buonarroti (léanse sus poco difundidos poemarios) más rotundos al respecto, y de los que hay que extraer sólo conclusiones que tienen que ver con la belleza que emana del mito de los contrarios, de la reunión de la belleza femenina y masculina en la síntesis mítica del adolescente, cuando la mujer por razones de deificación, vejez, o fracaso, ha quedado alejada.
Pero Ausiàs quiere asegurarse un futuro, después de muerto, que sea intachable ("O mos amics! Vullau dolor haver / e pietat del qui, viu, perd lo món, e majorment si algun tant hi fon / car molts hi són que en resno hi son mester", CXI), y prefiere la oscuridad escenográfica de sus cuadros. De ahí la insistencia en el conceptismo, en la técnica de los contrarios.
¿Por qué usa esa forma de estilema constantemente? ¿Qué se esconde detrás de ese disfraz estilístico, detrás del empeño por lo metafórico, de la dualidad mujer amada/mujer inalcanzada? ¿Qué espera exactamente de la mujer? ¿Por qué la pasión se le antoja impura? ¿Es sólo un dato de estilo que muchos poetas antes practicaron? ¿ Se trata del conocido recurso del tratamiento de la mujer como diosa alejada (white goddes, en la crítica anglosajona)?
Si es así por qué en los citados poemas de más arriba (CXXIIa y LXXXIX), se muestra igual de oscuro, pero furioso consigo mismo por sentir la impotencia de la vejez, por no verse en condiciones de conseguir el "halcón" que tan patéticamente demanda? (CXXIIa) o por no entender él mismo la naturaleza y diversidad de los varios metales de las flechas del amor, y los efectos diversos que en el enamorado producen (LXXXIX). Está hablando sólo de confusión de efectos según los metales de los dardos enamorados (oro, plomo, plata) o de la clase de amor que resulte según donde Amor hiera o a quien hiera. ¿Estaría en esa linea la afirmación de Pere Gimferrer cuando dice que O foll'amor, de Ausiàs March (LXXXIX) "podría estar dedicado a un varón"? ¿Y si fuera sí, que importancia real tendría ese hecho, instalado en una tradición de la que tantos otros poetas, escultores, pintores, participaron? Estamos hablando de la belleza alcanzable o remota, de la pugna entre la pureza y el deseo, en un debate que no necesita identidad de sexo. Estamos en un ámbito donde lo que se dilucida es el arte. Ir más allá en conclusiones banales, se nos antoja una pérdida de tiempo; una forma de desenfocar el tema.
Centrándonos en las recurrencias y obsesiones encontradas a lo largo del poemario de Ausiàs.
1. La obsesión por el tiempo pasado -que en el extinguido siglo XX recogiera el poeta T. S. Eliot- es uno de los condimentos de Ausiàs, una de las mayores torturas que le afligen con un dolor gozoso, pues no hay felicidad en el presente ni en las cosas por venir. Anclado en el pasado, la felicidad es imposible si el presente y su lujuriosa tentación disolvieran el paraiso dibujado en su mente:
a) Fora millor ma dolor soferir / que no mesclar poca art de plaer / entre aquells mals, que em giten de saber / com del passat plaer me convé eixir, (I)
b) No em fall record del temps tan delitós / que és ja passat: pens que tal no venrà (XXV)
y otros.
2. Como también es obsesivo haber ganado el amor sin sufrimiento:
a) De tot menjar m'ha pres gran desabor / sinó d'aquell qui molta amor me cost (II)
3. Y determinante, el uso de los contrarios, los pares, los opuestos en el puema IV:
a) e veu dos poms de fruit en un bell ram
b) així m'ha pres, dues dones amant
c) com dos forts vents la baten igualment
hasta que los contrarios coincidan (coincidentia oppositorum) y resuelva el poeta estéticamente el conflicto en técnica que va a enfrentar
- la por a la vergonya
- La por a la esperança
- el delit al dolor
- lo dolç a lo amarg
- lo negre forment a la blanca pasta
en una peculiar forma de sacralización distante del objeto amado, que sirve para polemizar él mismo entre el amor a la mujer y a dios, a dios y a la mujer, en un conflicto que la convención del pasado y del presente literario del poeta no resolvieron sino con el quehacer estilístico, en un esfuerzo personal que más suena a trabajo de amor perdido que a una conciencia de la realidad que sólo presentará el poeta detrás del discreto dosel de las palabras oscuras, sutiles, como es el caso de los dos poemas que más arriba se han citado, que constituyen una verdadera curiosidad.
Y puesto que se habla de disfraz verbal, como forma de encubrimiento estético acaso convenga decir algo sobre ese atrezzo, vestuario, disfraces, que ocultan lo evidente en Ausiàs y en otros poetas, y que se afianzan en magistral método de altura poética más allá del propio contenido, de lo que en el poema se dice o se oculta. Con esto estamos hablando de significante y no sólo del significado. Aún más: diría sin temor a equivocarme, pero con algún pudor por acaso hacerlo, que estamos hablando de la significación, de la grandeza, del arte en letras mayúsculas. Creemos sinceramente que no se ha dicho demasiado -se ha dicho muy poco- sobre el valor que las palabras en contexto estrófico tienen como sortilegio, partitura de la ceremonia, inicio del rito, forma de superación de lo evidente, de lo que nos rodea de forma cotidiana, para elevar el espíritu de quien escribe y de quien escucha -para nosotros más espectador que lector- a niveles extraordinarios... del valor de las palabras en contexto estrófico como forma de ascenso espiritual, como escalera que nos conduce a la luz para superar las sombras, como método de transformación y acicate del sistema emocional, como transformadoras de la propia arquitectura de la mente. Las palabras, en contexto, son órdenes poéticas, motor de una forma de actuar distinta y responsables de la metamorfosis que el lector/espectador asume al adoptarlas como suyas.
El poema tiene -que duda cabe- un valor como escritura. Pero se ha dicho mucho ya sobre ese aspecto del poema, y no se ha dicho demasiado de la potencia que lo verbal, en la trama estrófica, tiene en una poética apasionada, en la construcción del arte como verbalidad de privilegio a partir de la cual el espectador se deleita, se extasía, y hasta goza/sufre su personal catarsis. De eso se habla poco. De cuando el poeta -sumo sacerdote de su oficio- eleva ante los demás sus plegarias, en forma y ritmo que hacen de la experiencia poética más un rito que una rutina.
De eso solemos hablar poco, y deberíamos hablar más. Escuchar la salmodia repetitiva de un poema de Ausiàs, breve o extenso, supone una experiencia única que muchos han querido poner a prueba musicando sus poemas, momento en que todo el material del autor que nos ocupa, se convierte en mágico, en algo que no pensábamos que fuera a alcanzar esos niveles. Ausiàs hace eso sin alardes, pero con emoción clara, ciertamente contenida, pero clara, sin ambages, llegando incluso a la imprecación, exclamación, al vocativo apasionante y apasionado. Cuando dejamos que nuestros ojos resbalen por sus poemas, salta de pronto ante nuestra mirada atónita un verso extremadamente bello, un hallazgo (a veces no más de dos versos) que lo convierten, por derecho propio, en otra cosa, sobre todo si pensamos en su caracter de pionero. Todos conocemos a estas alturas catálogos completos de alardes que los poetas más jóvenes y de talento pueden llegar a usar en nuestros días, ahora mismo, pero pocas veces hemos caído en la cuenta de que Ausiàs está inventando una forma, un idioma, un sistema, una manera de convocatoria verbal, una forma nueva de escritura, un diseño propio para una poética que todavía hoy nos fascina.
Ahí es donde encontramos el verdadero valor del poeta. Más allá de los temas que ya trataron otros, y que más tarde muchos más tratarían. Más allá de lo evidente. Su originalidad está de pronto en un grito, en una forma peculiar de dirigirse a la amada, al hombre, a Dios, a nosotros, a sí mismo. Veámoslo en breves ejemplos
a) Plena de seny, donau-me una crosta / del vostre pa, qui em lleve l'amargor (II)
b) Si Déu pregàs, ma veu seria oïda / oïu-la vós, puix veritat reporta (V)
c) Lo jorn ha por de perdre sa claror (XXVIII)
d) O vera Amor!, tu invoc e reclam (LXVI)
e) O foll'amor, de vós no són content / e ja molt mensy dels fets de la que am (XLVII)
f) Amor, amor, poc és vostre poder / per altre hom, com jo, fer tan amar / Anau, anau vostres armes provar / en contra aquell qui vostre no vol ser! (LXXX)
g) Cervo ferit no desitja la font /aitant com jo ésser a vós present (LXXXIX)
h) Tu, esperit, si res no te'n defén / romp lo costum que dels morts és comú (XCVI)
i) Prec-te, Senyor, que la vida m'abreuges / ans que pejors casos a mi enseguesquen (CV)
j) Mare de Déu, hages mercé de mi / e fes-me ésser de tu enamorat (CX)
De este pequeño muestreo aprendemos de la inocencia y de la experiencia de este nuestro poeta enigmático, no tan sagaz para ser temido, ni tan virgen como para tenerlo por inocuo. Lo bien cierto es que Ausiàs March nos interesa y nos subyuga en su debilidad y en su fortaleza, cuando hace alarde de adusto, y cuando, sin saberlo se deshace, como ciervo, en ternura. Ahí se juntan el guerrero y el alconero, el experto en mares enfurecidos y emociones agitadas, el poeta de vela y viento, de luz y de sombras.

Discurso publicado en el programa de mano de Festa del Teatre (Preàmbul), festival escénico organizado por la Fundación Jaume II El Just en septiembre de 2007 en el Reial Monestir de Santa Maria de la Valldigna.

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